A menudo vemos cómo en la agenda mediática y en el diálogo social que despiertan determinados sectores e industrias lo primero que destaca y prevalece es el factor económico. Un set de indicadores duros y tangibles, fáciles de contar y de medir en impacto. Pero la retórica de los números no alcanza a la hora de visibilizar el poder de transformación de sectores como la Economía del Conocimiento en la vida de las personas y de las comunidades.
No se trata sólo de innovación, ciencia y tecnología, sino que estamos al frente de un sector capaz de convertir la condición más inherente del ser humano, que es su talento y su capacidad de generar conocimiento, en valor exportable.
Los miles de jóvenes que están actualmente formándose en nuestro sistema educativo son los futuros hacedores del desarrollo basado en la innovación. Argentina tiene fuertes bases científicas y una gran capacidad para traducir ese intangible en bienes y servicios de alto valor que compiten en mercados globales.
Aún en pandemia la comunidad de trabajadores de las industrias del conocimiento no se detuvo ni un instante. Estamos muy cerca de nuestra comunidad de socios que nos cuentan cómo desde sus empresas están optimizando procesos para industrias de Holanda o Finlandia, desarrollando una app para la Policía de Londres, programando el lanzamiento de un satélite en coordinación con 17 países, entre tantos proyectos muy emocionantes que son liderados por el talento local.
En esta economía que pone en valor la ciencia, la tecnología y la innovación, hay espacio para todos los colectivos sociales. Vemos con mucho entusiasmo el aumento de la cantidad de mujeres que desarrollan sus carreras en tecnología. Desde nuestra Comisión de Género impulsamos la campaña #MásMujeresTech para compartir los testimonios de mujeres que apuestan a la tecnología sin sesgos y también para incentivar a que cada vez sean más las que se animan a desempeñarse en carreras STEM. Todavía estamos lejos de lograr que la equidad sea la regla, pero no es excusa para un sector en el que la única barrera es el conocimiento.
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El desarrollo de las industrias del talento está muy ligado a las universidades y las comunidades e interacciones que se generan alrededor de ellas. No es casualidad que los polos y clústers más avanzados del país coincidan con la presencia de casas de estudios públicas y privadas de gran trayectoria, como lo son la Universidad de Córdoba, del Litoral o la Universidad Nacional de Cuyo. El atractivo para la radicación de centros de servicios multinacionales depende en gran medida de la disponibilidad de talento. Más allá de las posibilidades laborales que representan para los egresados la instalación de grandes corporaciones, también se está gestando un virtuoso y creciente ecosistema de pymes y emprendedores digitales que operan a escala global y que se integran en grandes cadenas de valor.
Es decir, empresas medianas, pequeñas y emprendedores, se integran con grandes corporaciones para ser competitivos en economías de nicho que requieren un altísimo nivel de especialización. Y lo hacen desde su lugar de origen, generando empleo y desarrollo desde distintos puntos del país.
Una iniciativa interesante es Potrero Digital, un programa de capacitación en oficios digitales a chicos y chicas que viven en sectores vulnerables. El propósito es ofrecerles la oportunidad de acceder a una formación de calidad y lograr también que la capacitación sea una herramienta para su integración social.
Los indicadores son excelentes, pero lo que más nos sorprende son las historias de esos jóvenes que en muchos casos gracias a estos oficios hoy se convirtieron en el sostén de su familia o se animaron a imaginar un futuro con más posibilidades de crecimiento.
Deberíamos empezar a hablar de la Economía del Conocimiento en términos humanos, porque sino corremos el riesgo de olvidarnos que detrás de las exportaciones, el empleo, las divisas, entre tantos indicadores, hay miles de familias y comunidades que están transformando sus realidades.
Pensar en términos humanos también implica pensar en el bien colectivo, porque al final del día el progreso y el bienestar de los países no lo genera un Gobierno, una empresa o una institución de manera aislada, sino los esfuerzos coordinados hacia una visión común.
Luis Galeazzi
Director Ejecutivo